Las teorías de la Terapia Cognitivo-Conductual están ampliamente reconocidas como tratamiento efectivo para múltiples trastornos psiquátricos. Desde un paradigma más simple, partiendo de la mera modificación de la conducta, esto es, el modelo del palo y la zanahoria; se abordaron otras cuestiones. De forma progresiva se hizo hincapié en la existencia de unos parámetros cognitivos más o menos establecidos en el individuo, que conformarían unos esquemas cognitivos que en su expresión patológica serían preciso cambiar por otros más adaptativos por medio de algo con un nombre quizás algo siniestro o al menos metálico: “reestructuración cognitiva”. La caja negra seguía sin importar, si bien existe un mayor acercamiento al individuo en sí que el que posibilitaban silogismos estrechos propios de los monos rhesus o los mangabeys tiznados. Pero…
Entramos ahí en un tema complicado. Vaya, esos esquemas cognitivos le han llevado toda una vida para ser constituidos a una persona, con mucho sudor y lágrimas. Básicamente, ahora, usted, terapeuta, se convertirá en Dios, en el sentido de que lo que usted piensa está bien, lo que el paciente piensa está mal, ergo “hágame caso y cambie”. Esto aderezado con ciertas dosis de patología del psiquismo de los terapeutas (por algo lo son, adelanto a los lectores de este artículo ya algo gamberro), y sumado a otras dosis de frases hechas y repetir al paciente lo que le ha dicho ya, hasta cabrearlo, la gente que le quiere bien, dan lugar a una terapia que suele ser de la máxima evidencia científica. “Piense bien”. Pues vale.
¿Es esto una falta de respeto al individuo? Si no lo es, no anda muy lejos. No importa de dónde viene lo que le pasa, el caso es que usted tiene una forma de pensar que le crea malestar, tome este registro, puntúe de 0 a 3.1416 esto y esto otro, piense en lo que pasa cuando su ira explota y le pega a sus familiares o rompe jarrones Ming, en las consecuencias de todo eso. Lejos del concepto de héroe lacaniano, pero próximo a las recetas de la abuela, los buenos consejos. No reflexione sobre el origen de lo que le pasa (si lo hace, hágalo de forma neurótica solamente). Eso es ser virtuoso en el sufrir, pero no lleva a nada. No intente integrar sus síntomas en su biografía de ninguna manera, ya se sabe, Freud sólo hablaba de sexo, sólo veía austrohúngaros y para eso pocos y no tenía ni idea de la serotonina, así que no era científico, al diablo con él. Es fundamental que su reflexión sea en todo caso superficial, aquí-y-ahora, y listo. Estos tienen como habilidad especial la omnipotencia y provienen de las facultades de psicología, en su mayor parte. También de que sólo es más fácil para la cabeza que esto el dar pastillas (pero esto como veremos es un tema reservado a los galenos, no castrados en esto).
Si tiene la suerte de caer en manos de un terapeuta familiar, quizás pueda no tener ningún problema. El problema está en la comunicación. Porque usted, sin saberlo, alma de Dios, se tenía que haber quedado en modo analógico, pero la ha liado parda con el digital. Estos terapeutas a veces provienen de familias conflictivas y/o desestructuradas, así que al menos le intentarán echar a usted una mano con eso. Les pondrán en círculo a usted y a su familia en una suerte de reunión precolombina, y le harán preguntas de forma circular, en plan “La Noria”, pero sin famosos. Llegará a algún pacto con alguien que cumplirá solo parcialmente. Lo bueno es que la culpa igual no es suya y es de su suegra (lo que remitiría de nuevo a la sabiduría popular apreciada por Freud)
El desastre será total si cae en manos de un terapeuta lacaniano. Son los más retorcidos, sin duda. Le van a joder la vida, directamente. Levantarán el polvo de sus muebles antiguos hasta hacerle toser y ahogarse. No le van a decir casi nada, y le van a dejar en pelotas (tanto simbólica como económicamente). Y cuando le digan algo, será raro, invariablemente. Tienen afán de protagonismo, quizás les hacían poco caso en su casa, les gusta significarse. En su vida personal, las normas se la traen floja (como a los usuarios del sistema penitenciario). La teoría se resume en que si alguien crea algo suficientemente complejo, tendrá adeptos enfervorizados. Disponen de una estructura similar a la de una organización religiosa (pese a los intentos de su fundador de evitarlo, a buenas horas, no hubieras comprado aquel traje de pana morado). En eso es como la Cienciología, y además comparten con ellos el odio a los psicofármacos (aunque todavía no tiran huevos en los congresos, pues sería poco elegante). Tienen la manía de usar palabras rebuscadas, un código para no iniciados ininteligible, pues así nadie puede criticarles, y encima para terminar de justificarse le dirán que el lenguaje no sirve. Tienen pues sus textos sagrados (los Seminarios de Jacques Lacan) y el Saber absoluto son ellos mismos. Se fundamentan en el Dogma, en eso suelen ser funda-mentalistas. Al que no lo hace, le acusan de Freudiano o cosas más extrañas como Kleiniano (esos ya son infelices porque no pueden ni sindicarse), y luego les queman en la hoguera (simbólica), tras atarles en una ceremonia con tres nudos borromeos y otros tantos gordianos. Cometa errores al hablar (confunda palabras como si fuese un guiri cualquiera) y estarán más que contentos. Si usted abandona el tratamiento, será por una Resistencia (es que encima provienen de Francia). Cualquier cosa que haga será interpretada, en su contra o a la contra. Hay unos fantasmas que dominan su vida y usted no lo sabe, y en virtud de eso repite siempre lo mismo (como la marca del zumo de naranja) sin saber por qué. Tenga cuidado con ellos.
Si el terapeuta es psicodinámico, pero de esos del psicoanálisis del yo, no será tan traumático. Simplemente le reforzará lo bien que hace todo, lo bien que va todo, lo bueno que es usted y la vida maravillosa que lleva (eso sí, de forma sibilina y sin hablar mucho, porque sino sería ya sospechoso de herejía cognitivista). Al final tendrá usted mejor defensa que el Barcelona. Le enseñarán a reprimir la represión controlando el peligroso reprise. Puede causar estreñimiento y cefalea, pero qué diablos, la neurosis puede ser poesía. ¿O no?
Si, por el contrario, cae en manos del modelo médico, de eso que llaman el biologicismo, pues la verdad todo será más fácil. Estos se debaten entre el no querer escuchar y el conformismo, trabajan en salud mental pero lo mismo podrían vender teléfonos móviles en una tienda (bueno, ser los jefes de la tienda) o ser internistas o cirujanos igualmente. La facultad de medicina les ha forjado. Le hablaran de cosas muy bonitas como los receptores 5HT2A y el Glutamato ye-yé. Esto suele sonar imperial y queda muy bien. Usted sólo tendrá un desequilibrio neuroquímico, vamos, algo le dirán de sus genes, igual tiene suerte y le hacen cuatro analíticas, una resonancia magnética de 3 Teslas y un examen rectal, pero si usted es el elegido, incluso puede acceder a “la-máquina-que-diagnostica” o al “estudio-científico”, quizás tenga que pagarlo caro, pero si le gustan los sudokus le gustará hacer tests hasta el infinito. Lo bueno es que no se librará de un buen diagnóstico (se lo merece, es usted una persona importante, y además no quiere crearle angustia al médico, verdad). Si tiene una neurosis histérica será doblemente feliz hablando de la sonda que le metieron, del F40 de CIE-10 a lo Fernando Alonso y lo mucho que sabe su médico (al que probablemente no le haya entendido nada, consuélese pensando que él tampoco ha entendido nada porque no le ha hecho ni puto caso cuando intentaba hablarle de sus problemas). Tómese dos de las pastillas naranjas, una roja, una verde; todo esto patrocinado por unos señores altruistas. Vamos, que ha entrado usted en un “mundo feliz”, con sonrisa de idiota y riesgo alto de ponerse como una morsa y desarrollar disfunción sexual. Si es que algunos lo quieren todo…
En cuanto al modelo integrador, íbamos a renunciar a comentarlo, pero haremos un esfuerzo. Esto es el mayor cacao que se puede montar uno. Es como mezclar tocino y velocidad excluyendo la variable cerdo. Se lo vamos a poner más fácil. Compre varios puzzles de más de 500 piezas, y a continuación intente montar todos en el mismo. Le recomendamos un analgésico, tila alpina y una benzodiacepina que le deje sonado. Si no lo consigue, en Ikea venden tornillos extra, por si le falta alguno a estas alturas.
Sobre la hipnosis, los rayos láser, las máquinas de biofeedback, la acupuntura, los masajes uterinos, la homeopatía, la musicoterapia y el desempleo hablaremos, si cabe, en el próximo capítulo. Desde luego, como decía un buen hombre, cada paciente tiene su terapia. El tema es encontrarla…